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Las giras y la familia: el delicado balance entre lo personal y lo profesional

Una vez más se me hizo tarde

 

Por Yamil Martínez

En esta ocasión me gustaría dejar lo técnico a un lado y hablar un poco de lo que quizá sea el lado más difícil de esta profesión: los sacrificios que nuestra vida personal enfrenta. A pesar del prestigio que tienen las giras continuas junto a artistas populares, estar fuera de casa constantemente y por periodos prolongados crea una ausencia en la vida de la familia de cada quien. Es inevitable perderse de acontecimientos importantes, y aunque hoy en día hay diversas maneras de comunicación al instante, nada replaza la presencia física.

En mi caso particular, también poseo dos características que son el perfeccionismo y la procrastinación. Solas son complicadas pero juntas son desastrosas porque te hacen perder el tiempo realmente valioso.

Hablaré de tres situaciones específicas las cuales me llevaron a una profunda auto-evaluación y reflexión sobre lo que es realmente importante para un ser humano.

Las giras y la familia

La primera de estas situaciones se dio en una gira junto a Ricky Martin en 2003, previo a un show en Rumania. Este país fue controlado por la Unión Soviética desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta 1989. En 2003 el país aun no estaba tan adentrando en la cultura capitalista. Montado en un autobús a las afuera de la capital Bucharest, podía ver como muchas familia llegaban para acampar, leer, jugar y hacer otras actividades a la orilla de un río. Mientras veía eso pensaba en cómo era posible que yo estuviese trabajando al otro lado del mundo para entonces darme cuenta que nunca había acampado con mi hijo, que en ese entonces tenía ocho años de edad. Luego, antes de nuestro show en Brasov, una ciudad muy antigua, me percaté que todo estaba cerrado a la hora de la siesta, algo totalmente nuevo para mí en ese momento. También descubrí que los negocios cerraban temprano y que solo algunos abrían los sábados hasta el medio día. Me di cuenta que los Rumanos trabajan para vivir en cambio yo apenas vivo para trabajar.

Despidiendo a mi hijo

Diez años más tarde estaba con mi familia despidiendo a mi hijo que se iba a estudiar a la universidad. Pensando en cómo pasa el tiempo rápido, recordé su graduación de escuela primaria (grado 12), pero no recordaba su graduación de secundaria/preparatoria. Ni siquiera recordaba qué me impidió estar presente, en qué parte del mundo estaba y qué hacía en ese día. En ese momento de despedida entendí que mi hijo se mudaba a otra ciudad y que él solo estaría en la casa los sábados, día en que siempre me toca estar afuera trabajando. Seguí de pensamiento en pensamiento hasta que concluyo que después de 5 años de estudiar lo más probable es que se casaría y menos lo vería. Entendí entonces que se me había acabado el tiempo, dejé de lado algo realmente valioso a un punto donde no hay forma de hacer lo que ya no se hizo por estar ocupado y esperando el “momento perfecto”.

Un diagnóstico devastador

En noviembre de 2016 mi madre está enfrentando problemas de salud y empezamos a realizarle pruebas. Al tiempo llegó el diagnóstico: mi madre llevaba un cáncer muy agresivo y le quedaba muy poco tiempo de vida.

A la semana de recibir esa noticia definitiva después de un largo rodeo de palabras típica de los médicos, sentí un dolor muy profundo. Una vez más tropecé con la realidad de que nuevamente se me acabó el tiempo. Se me fue su vida mientras yo estaba dando vueltas por el mundo pendiente de hacer mi trabajo de la manera más perfecta posible. En ese momento toda esa perfección no me sirvió de nada mas allá que satisfacer mi ego.

Entonces quise honrar a mi mamá antes que pasaran sus últimos días de vida, y escribí algo.

Honrando a mi madre

Yo solo sé hacer una cosa bien y se lo debo a mi madre. El día que yo decidí que mi futuro era en el mundo del sonido mi mamá me dijo: “Tú vas a ser el mejor”. Creyó en mí y me encaminó dándome las mejores herramientas que consiguió con mucho sacrificio.

Después de trabajar duro por más de 35 años, le llegó la jubilación a mi mamá. En vez de quedarse en su casa tranquila, decidió ir junto conmigo a perseguir mi sueño dejando todo en Puerto Rico. Junto a mi hermana nos mudamos a Orlando a empezar de nuevo. Esa mudanza de apenas dos o tres maletas implicó que mamá gastase de sus ahorros pero también que volviese a trabajar nuevamente para poder sustentarnos en el nuevo estilo de vida. Como si fuera poco mami tomó varios préstamos estudiantiles a su nombre para que yo no quedase con esa carga.

Eso fue un acto de amor y sacrificio que no tenía que hacer pero lo hizo para que yo no me desviase del camino que ella nos había enseñado.

Mis cualidades de rebelde, retante, analítico, práctico, idealista, criticón, libre pensador, preguntón, obstinado y otras cosas más las saqué de ella, eso si, lo procrastinador sale del otro lado de la ecuación. Ella más que nadie sabia que necesitaba no estar solo en ese momento.

El adiós final a mi madre

Llegó el 23 de marzo de 2017 y una vez más se me hizo tarde. La idea del escrito de arriba era honrar a mi mamá públicamente y que ella se llevara en su mente el agradecimiento y el amor que siento.

Una vez más se me hizo tarde porque cuando quise terminar estos pensamientos mi mamá ya había fallecido y nunca los pudo leer.

Me queda la dicha de que Dios me permitió ser parte de la ultima conversación grupal entre mi mamá y mi esposa. En esa conversación le pedimos a Dios que hiciese un milagro o que se la llevase pues esa era también la voluntada de mi madre.

Dios fue muy bueno y se la llevó para que no perdurara el sufrimiento y la agonía de una muerte lenta, dolorosa y consciente que trae un cáncer.

Aunque una vez más se me hizo tarde para este escrito tengo el consuelo de que pude estar ahí y que mi voz fue la última que llegó a los oídos de mi madre, dejándole saber cómo la amo.

Mar 22, 2019 @ 4:39 pm

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